La Amazonia cuyana
Históricamente los bosques nativos sanjuaninos sufrieron embates del progreso. Hoy no hay temerarios incendios como en el Amazonas, pero su importancia para la vida, según investigadores, sigue socavándose.
Por Fabián Rojas
Así como hubo intencionalidad de pergeñar el inmensamente perjudicial incendio en la Amazonia para luego explotar arrasadas tierras ya sin selva, en San Juan, sin grandes fuegos ni prensa, la civilización también produjo, produce, su propio Amazonas. Es el desmonte de sus bosques nativos. ¿Qué es un bosque? Ola karlin, ingeniero y biólogo de la UNSJ, en una entrevista con Revista la U definió hace tiempo que un bosque es mucho más que un conjunto de árboles. “Implica interrelaciones: con el agua, con el suelo, con la fauna, con la vida y obviamente con la gente que lo habita directamente u obtiene algún beneficio de él”, dijo. En tanto, en el libro “Los bosques del monte: Conservación y manejo de los bienes comunes naturales”, expertos de esta Universidad son contundentes: “Un bosque es un ecosistema que se ha establecido sin la intervención del hombre (…). Este sistema brinda ‘servicios ambientales’ a la sociedad”.
En San Juan hay dos zonas diferenciadas: el oasis y el secano. Los oasis irrigados son espacios que, para su configuración, contaron con la intervención humana y son donde vive la gran mayoría de la población. Por fuera de esos espacios se encuentra el secano, zona poco poblada, con actividades ganaderas de subsistencia, erigida en una suerte de “cultura del desierto”. En estas grandes extensiones es donde persisten los bosques de algarrobos, jarillas, retamas, entre otras, que fueron y son las especies más presionadas por el uso histórico y actual (han sido fuente importante de energía utilizándose como leña en los puestos del secano y a gran escala en actividades como el ferrocarril, la minería, la vitivinicultura). Se enciende así la luz verde hacia una desertificación nociva, diferente al desierto natural, que concibe sus propios equilibrios.
“Si en el Amazonas (con los incendios) hay comunidades perjudicadas, acá también. Allá se han reconocido alrededor de 300 culturas originarias que hacen uso de la selva. Esas comunidades fueron perjudicadas en su forma de vida. Es lo que nos pasa en San Juan con los pueblos originarios. Ellos hacen uso integral del bosque. Usan el algarrobo para hacer harina, patay, para alimentos de sus cabras. Es su cultura. Y a medida que avanza el desmonte se va poniendo en peligro su continuidad en el territorio”, dice Raúl Tapia, becario del Conicet y biólogo de la UNSJ. Esa pérdida de árboles y arbustos atenta contra el funcionamiento de cuencas hídricas, la calidad de acuíferos subterráneos, la humedad del suelo, la biodiversidad, conspira contra la reducción de gases efecto invernadero, contra las culturas y modos de vida alternativos a los de la ciudad.
Controles y descontroles
Hace un año, San Juan fue la primera provincia del país en actualizar su mapa de bosques. Fue en el marco de la Ley Nacional 26.331, de Presupuestos Mínimos de Protección Ambiental de los Bosques Nativos, que prevé un fondo para compensar a las jurisdicciones que conservan los bosques. Su Artículo 32 dice que “el Fondo Nacional para la Conservación de los Bosques Nativos será distribuido anualmente entre las jurisdicciones que hayan elaborado y tengan aprobado por ley provincial su Ordenamiento de Bosques Nativos”. Sin embargo, investigadores familiarizados con el tema bosques de San Juan hablan de problemas en el país actual. “Los fondos para las provincias ahora están llegando con cuentagotas. Muchos de los proyectos que se arman por la Ley de Bosques son para alambrar, no es tanto para conservar y cuidar el bosque; y otro tema es la tenencia de la tierra, de quién es la tierra”, define Ola Karlin para este suplemento. “Nuestros bienes comunes están privatizados mediante la titulación de tierra”, esgrime, lapidaria, Jimena Andrieu, economista investigadora del INTA.
Antigua realidad, las olas expansivas del capital privado avanzan contra los bienes comunes (los bosques nativos lo son). “Los bosques están acompañados de grandes extensiones de pastizales y matorrales, como jarillas y otros arbustos que son el soporte para los productores caprinos que viven ahí”, señala Tapia. Y agrega: “Lo que está pasando actualmente por ejemplo en la zona de las Lagunas de Huanacache, en el sureste de San Juan, es el avance del desmonte para la plantación de pistacho”. Al respecto, Ola Karlin, en consonancia con la Ley 26.331, detalla las categorías de conservación: “Hay un semáforo de la Ley de bosques. En las zonas color rojo no se puede tocar nada, por el valor que tienen; en zonas de amarillo se puede producir y utilizar pero conservando el bosque, y en las áreas verdes, de poco valor, se puede hacer un cambio total de la tierra. Los responsables de que se respete ese semáforo es el Estado y la misma comunidad”. Sin embargo, Justo Márquez, biólogo de la UNSJ y trabajador de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Provincia, es categórico al señalar que los emprendimientos de pistachos no vulneran el bosque nativo. En cambio, dice que hoy uno de los principales problemas en el secano sanjuanino tiene que ver con el avance “sobre los retamos que se utilizan para los pa
rrales”.
Otro problema, nada nuevo, es el mal pastoreo o sobrepastoreo, cuando animales sobreconsumen las pasturas del bosque; esa responsabilidad es, obviamente, humana. Pero algo en lo que los especialistas parecen coincidir es en el factor agua, o en la ausencia de ella, con sus efectos en el ambiente natural, en las comunidades, en la vida. Jimena Andrieu, en cuanto a sus estudios del secano de 25 de Mayo, lo resume así: “El primer paso de investigación consistió en evidenciar la ausencia de garantías para el acceso al agua potable en la zona de Punta del Agua. Se midió calidad y cantidad del agua para las familias (…). Es importante aclarar que dichos servicios eran, tiempos atrás, provistos de forma espontánea por el ecosistema circundante. Así, se junta evidencia de que el problema es político (…) La pregunta es cuánta evidencia es necesario recolectar para reconocer lo necesario de esos espacios. Que a través de la propiedad de la tierra se privatizan bienes comunes naturales clave para las personas, dejando libradas a las lógicas del mercado las decisiones sobre los usos de los servicios ecosistémicos”.
Imagen de portada: libro «Especies apropiadas de arbolado de San Juan»
Perteneciente a octubre/73: edición Nº41, año VII. Septiembre de 2019