“La sociedad es terriblemente hipócrita porque demanda sus servicios pero luego las condenan”

Santiago Morcillo es sociólogo y doctor en Ciencias Sociales, autor del trabajo de investigación: “Sexo por dinero: tensiones y negociaciones cotidianas según los relatos de mujeres que hacen sexo comercial en Buenos Aires, Santa Fe y Rosario”. En diálogo con octubre/73 contó sobre esta temática enfocada desde los relatos de cada una de ellas.

Por Belén Ceballos

-¿Cómo decidís estudiar este tema?
-En mi tesina de grado había trabajado sobre la construcción de subjetividad en otra población estigmatizada: los usuarios de drogas ilegales, pero desde una perspectiva más institucional. Para la tesis doctoral me interesaba enfocarme más en los sujetos, sus relatos, sus cotidianidades y sus tácticas.
-¿Cuáles fueron los objetivos que te planteaste en la investigación?
-El objetivo central apuntaba a conocer las perspectivas de las propias protagonistas, porque hay mucho debate sobre la prostitución pero relativamente poca investigación empírica donde se ponga el foco sobre las experiencias de las mujeres en el mercado sexual. En este punto me interesaba cómo las interpelaban los significados asociados a las sexualidades: los afectos y el dinero. Y cómo desde esa interpelación construían identificaciones al tiempo que intentaban manejar el estigma ligado a la prostitución.
-¿Cómo lograste vincularte con las mujeres?
-La investigación con personas estigmatizadas siempre supone dificultades porque muchas veces son parte de poblaciones ocultas. Por eso, para el trabajo de campo busqué implementar varias vías de acceso ya que me parecía fundamental conocer los distintos escenarios de sexo comercial y la diversidad de experiencias que emergen en ellos. Un camino clave fue acercarme a través de las organizaciones. En este caso, me vinculé con AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina) que nuclea a quienes se reconocen como trabajadoras sexuales y piden derechos laborales; y con AMADH (Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos), que agrupa a todas aquellas que se encuentran en situación de prostitución y demandan otra salida laboral. Por otra parte, también me interesaba contactar a mujeres que no tuvieran vínculos con la militancia en organizaciones. Aunque esto en un principio fue mucho más difícil, una vez que logré empatía con las mujeres, el resultado fue muy fructífero.

Santiago Morcillo es sociólogo y doctor en Ciencias Sociales.
Santiago Morcillo es sociólogo y doctor en Ciencias Sociales.

-¿Qué significado le das a “sexo comercial”? ¿Se diferencia de prostitución? ¿En qué sentido?
-Es complejo. En parte ambos aluden a la misma práctica, pero conceptualizada distinto. La idea de “sexo comercial” me permite, por un lado, insertar esas prácticas en un abanico más amplio de intercambios sexo-económicos (donde también se encuentra el matrimonio por ejemplo). Por otra parte, pensarlo como “sexo comercial” ó “comercio sexual”, pone en cuestión la naturalización de la sexualidad como algo sagrado (que es parte del discurso que sostiene el estigma: cuando se entra en un circuito comercial la sexualidad -o las mujeres que están ahí igualadas- se “prostituyen” o se “profanan”). Así, permite percibir más las facetas de la práctica, pero sin aludir a la idea de trabajo que introduce elementos más institucionalizados. En ese sentido, creo que se aproxima a esta noción pero “trabajo sexual” es un concepto con un fin más del orden de la intervención política, yo uso como sinónimo “comercio sexual” ya que, me parece, tiene mayor rendimiento en términos analíticos.
-¿Hay elementos en común en los relatos de las mujeres? ¿Entre qué edades oscilaban con las que trabajaste?
-Las edades iban desde 21 a 53 años. Los relatos de sus experiencias fueron diversos y tenían matices según las edades y formas en que habían hecho “sexo comercial”. No es lo mismo estar explotada por un proxeneta que se queda con buena parte de las ganancias, que tener un grado mayor de autonomía y recursos para manejar las situaciones. Si hay algo que atravesaba a todas era la experiencia del estigma: varias se tenían que enfrentar con la sensación de culpa, el tener que ocultarse, muchas tenían que mantener en secreto su actividad, incluso para sus familias, eso las ponía en una situación de vulnerabilidad incrementada.
-¿Logran crear vínculos entre ellas, están nucleadas en alguna asociación u organización?
-Bueno justamente por la estigmatización, y también por los modos de funcionamiento del mercado sexual que implica una alta rotación y un contexto cada vez más clandestino -en parte como un efecto colateral de la lucha contra la trata de personas con fines de explotación sexual, que al estar mal enfocada repercute sobre todo el mercado sexual- es bastante difícil mantener vínculos y formar organizaciones. Sin embargo sí hay organizaciones, incluso en San Juan -donde las dimensiones de la ciudad genera mayor exposición y hay un contexto sociocultural mucho más hostil y conservador- hay una filial de AMMAR. Es muy costoso todo este proceso para ellas y es una apuesta política muy elevada, muchas veces el precio es el aislamiento y el rechazo de varios de sus allegados, pero también es un proceso fundamental para adquirir autonomía y desafiar los discursos que las estigmatizan como “putas”, “delincuentes” o “vagas”. En Rosario también existe AMMAR, y en Buenos Aires, además de AMMAR que tiene 20 años luchando por los derechos de las trabajadoras sexuales, existe AMADH que es un desprendimiento y sigue una línea abolicionista.
-¿Qué mirada tiene la sociedad respecto de este tema?
-No sé si hay una mirada completamente homogénea en la sociedad, sí hay algunos imaginarios que se repiten: el estereotipo de la “puta lujuriosa”, adicta a las drogas o ligada a la delincuencia o a la transmisión de enfermedades venéreas. Creo que en los últimos años también se ha difundido la imagen de la prostituta como una víctima explotada, violentada y sin capacidad de agencia. Pocas veces aparece la idea de que estas “putas” son madres, y que en su gran mayoría, con lo que ganan en el sexo comercial logran mantener y educar a sus hijos sin ayuda de los padres que están por lo general completamente ausentes. Esta mirada de la sociedad varía un poco entre las ciudades que estudié, en San Juan el prejuicio es mucho más grande y la culpa internalizada genera más problemas para las mujeres. Pero creo que esto puede empezar a cambiar para las nuevas generaciones que parecen estar construyendo otras formas de experimentar sus sexualidades.
-¿Qué mirada tienen ellas respecto de la sociedad?
-Es un poco un espejo de lo que ellas reciben. La gran mayoría piensa que la sociedad es terriblemente hipócrita porque demanda sus servicios pero luego las condenan.
-¿Alguna cambió de trabajo o persisten mucho tiempo en éste?
-Algunas cambian de trabajo, sin embargo, es complejo porque las ofertas que el mercado laboral ofrece para las mujeres están siempre peor pagados, y especialmente para las mujeres de sectores populares en las que el mercado las precariza enormemente. De todas formas, hay algunas que buscan cambiar de trabajo y otras que no. Sin embargo, al intentar planear su retiro, nuevamente encuentran dificultades ya que les es difícil jubilarse porque el Estado no las reconoce y no pueden hacer aportes. //

 

 


Edición correspondiente a octubre/73 – Año IV – Nº 25 – Abril de 2016